EL VILLANCICO DE MELIBEA

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Andrés Estrada

Resumen

EN POCAS OBRAS DE LITERATURA se ha creado un ambiente tan poético y despreocupado a la hora de la tragedia, como en la Celestina. Suelen los autores ir preparando los momentos más dramáticos con un fondo tenebroso, a tono con el desenlace fatal. En la Celestina ocurre lo contrario: los personajes, ni lo sospechan; el huerto no huele a muerte; todo está dispuesto para el supremo acto de amor de los jóvenes, cuya situación psicológica no deja de ser más tranquila: los invade una despreocupación total de lo ajeno, y la ocupación única de ellos: la imagen de la vieja alcahueta (sin la cual, esa visita nocturna no hubiera sido posible) se ha borrado por completo, suplantada por la vitalidad de Calisto y Melibea. Los criados (muertos y ajusticiados después de despeñados) han sido sustituidos por otros dos muy inexpertos, e ignorantes de que las pupilas de Celestina se han puesto de acuerdo con un brabucón, para vengarla dándole un susto a Calisto.


El hermoso huerto de la casa del rico naviero, padre de Melibea, tiene, por la parte de atrás, vista hacia el río; en el centro del jardín, una fuente cuyas desbordadas aguas corren con suave murmullo por entre las frescas yerbas. Melibea y su criada cómplice se sientan en bancos de piedra o mármol a los lados de las callecillas humedecidas por las acequias. Hay pequeñas avenidas bordeadas de altos cipreses, que a estas horas de la madrugada mueven sus ramos en pincel por intercesión de un vientecillo que hace que se entrecrucen unas con otras, como brazos de judío que mutuamente se dicen "Shalom". Arriba, la luna; abajo, la complicidad de las sombras anteriores al amanecer.

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Cómo citar
Estrada, A. . (2021). EL VILLANCICO DE MELIBEA. HUMANITAS DIGITAL, (23), 141–151. Recuperado a partir de https://humanitas.uanl.mx/index.php/ah/article/view/1276
Sección
Letras