APUNTES DE ALGUNOS CEMENTERIOS DE MONTERREY
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Resumen
Palabras previas
Recuerdo haber visitado un panteón por primera vez cuando tenía alrededor de seis o siete años de edad. Durante un verano conocí el cementerio del Real de San Antonio de Baja California Sur; ahí descansa la ascendencia materna y en el pueblo vive parte de la familia.
Antes de llegar al panteón, pude apreciarlo a distancia ya que se encuentra en el declive de una pequeña loma. La panorámica me resultó atrayente porque las tumbas estaban en su totalidad pintadas de blanco, distribuidas simétricamente y adornadas con flores artificiales de colores, pero sobre todo, porque el espacio lucia limpio y bien cuidado. Admiré cada tumba en la que me detenía; había unas en forma de pirámide y otras con aspecto de ataúd construidas en ladrillo, dejándose ver en algunos sepulcros semidestruidos una parte de la osamenta humana; con dificultad leí los epitafios y no pocas veces cuestioné sobre las fantasías que circulan en torno a los cementerios.
La impresión de la visita me dejó contrariada; no entendía porqué se edificaban lugares solemnes y de gran belleza a cuestas del dolor.
Salí del lugar temerosa pero con la curiosidad de explorar nuevamente esa clase de recintos.
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