XAVIER VILLAURRUTIA EN UN ACTO
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Resumen
Primera llamada
¿Cómo dialogar con la estatua de Xavier Villaurrutia? ¿Cómo hablarle a ese busto marmóreo en que anidan las arrugas del tiempo transfiguradas en olvido, en smog o en moho impregnado en su cutis poroso? Una estatua venerada por los fanáticos del panegírico, siervos del Estado y que con éste labran sus canonjías. ¿Qué decirle a ese busto muerto que representa a un hombre al que hace muchos años devoraron los gusanos, más allá de la loa vulgar a la que sin duda se ha acostumbrado? ¿Cómo decirle que aquí estoy yo, una pluma joven, seducida por ese rumor de historias y ficciones, de versos inalcanzables, llena de contradicciones, de dudas y definiciones titubeantes? ¿Qué decirle a ese Xavier Villaurrutia que como yo un día tomó una decisión de vida y una entrega? En fin, cómo alejarme de la glosa para ir más allá del huero apologético que se inscribe en la lógica estamentaria y sus obsesiones genesiacas. Villaurrutia, sí, el mismo de:
La muerte toma siempre la forma de la alcoba que nos contiene.
Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa,
se pliega en las cortinas en que anida la sombra,
es dura en el espejo y tensa y congelada,
profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca.
(Villaurrutia, 1966: 60)
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