EL MÉXICO AZUL DEL DUQUE JOB
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Resumen
Crítico precoz
EL RETRATO DE UN NIÑO ELEGANTE, SERIO Y CASI SOLEMNE, con su brazo derecho en descanso sobre un gran libro de gruesas tapas y un broche, en el ambiente de una sala rica en tapices: en el muro, con papel moiré; en la mesita de centro, con un paño labrado; en la silla, con brocados en respaldo y asiento en un taburetito de piso, con el recubrimiento de terciopelo. Y también hay una consola francesa, según su ornamentación rococó, encima de la cual se ven otros dos libros, uno muy grueso sobre el otro no tanto. Ese niño es Manuel Gutiérrez Nájera y ya se le ve poeta, porque en verdad se ejercitaba para si en la literatura con absoluta conciencia.
Para 1872, fecha aproximada del retrato, iba camino a sus trece años y ya conocía el teatro, ensayaba escritura de versos inspirado en los clásicos españoles y franceses, especialmente místicos; y aunque no acudiera a escuela alguna, su claro talento y pronto despertar lo hicieron aprender latín, bajos los cuidados del presbítero Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera, quien llego a ser Arzobispo de México; y estudiaba francés, gracias a Don Ángel Groso. Sus padres mismos, don Manuel Gutiérrez y doña Dolores Nájera fueron sus mentores en primeras letras y letras castellanas; la vocación la heredó del padre, quien a su vez fue periodista; y su pasión fue temprana.
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