POESÍA E IMAGINACIÓN
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Resumen
Garcilaso tiende a la suma catuliana. Dice Catulo:
Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,
y las habladurías de los viejos puritanos
nos importen todas un bledo.
Los soles pueden salir y ponerse;
nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera vida,
tendremos que vivir una noche sin fin.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta para ignorarla
y para que ningún malvado pueda dañarnos,
cuando se entere del total de nuestros besos.
(Versión de Antonio Ramírez de Verger)
Tantos besos que nadie podrá saber cuántos, para escapar así de las malas artes de los ojeadores -lauzengiers de todos los tiempos-, que la soledad corroe. Garcilaso inscribe su canto dentro de la consecuencia estética de la tradición amatoria emanada de los neoteroi de los últimos años de la República, que iniciarían la expresión lírica que conocemos hoy como la elegía erótica romana (Tibulo, Propercio y Ovidio, principalmente). Como también de los trovadores provenzales que en el Tristán e Iseo configuraron un universo de productiva pasión con base a la plataforma del deseo. El deseo aquí es un padecimiento del sujeto provocado por el objeto de deseo; al menos esa era la coartada. Este padecimiento de naturaleza neoplatónica, y soporte medular de la imaginería petrarquista, anteponía el carácter ideal del objeto, al que obliga el tempo del deseo -el cortejo- a la realización y satisfacción del placer de experiencia física. Se atrevía un distanciamiento entre el deseo y la pulsión sexual.
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